Online
Conectarse
En total hay 7 usuarios en línea: 0 Registrados, 0 Ocultos y 7 Invitados :: 2 Motores de búsqueda
Ninguno
El record de usuarios en línea fue de 166 durante el Dom Nov 13, 2016 9:10 pm
Last Post
Censo
Staff
Página 1 de 1.
Creado por Alastair T. Jack Miér Dic 16, 2015 10:17 am
El graznar de las aves, que oteaban el paisaje desde los cielos en busca de pobres presas inconscientes de su destino, acompañado por el sonido de las olas rompiendo contra aquel gran acantilado de rojiza roca, tan escarpado que el mismo mar parecía insistir en la empresa de subirlo una y otra vez, sin éxito, fue lo que me despertó de mi letargo.
El sol asomaba de forma tímida tras el horizonte, iluminando mi rostro y calentando mi tez suavemente, mientras me reincorporaba para asomarme a contemplar la belleza de lo que ante mis ojos se dibujaba, de uno de los paisajes más bellos que quien fuera que morara en los cielos había logrado crear.
El mar, el poderoso océano, digno de elogio, merecedor de admiración, respeto y temor. Mi hogar, aquel que guiaba mis pasos, el que forjaba uno a uno los eslabones de mi destino, arrastrándome por las mareas del tiempo y la corriente que era mi vida. La hermosura que aquella escena reflejaba era tal que de mis labios escapó, sin poder yo hacer acto alguno de resistencia, una leve sonrisa, una imperceptible mueca de orgullo y satisfacción, que solo significaba una cosa, una promesa que me llevaba a seguir adelante, a continuar avanzando sin importar las vicisitudes que pudieran aparecer en mi camino.
Tomé una fuerte bocanada de aire, hinchando mi pecho con el fresco aroma del mar, antes de abandonar tan idílico paisaje. Por supuesto, habría continuado gustoso observando la maravillosa creación que ante mis ojos se encontraba, pero otros asuntos merecían mi atención. Una razón me había llevado a aquella isla, una razón importante. En aquella isla estaban cometiendo actos terribles contra los animales… Y no pensaba permitirlo.
Según parecía, un hombre con mucho más dinero que remordimientos, pretendía arrasar el bosque del centro de la isla, por el mero hecho de construir en su emplazamiento una lujosa finca, o mejor dicho una auténtica mansión, para la cual tenía la necesidad de varias hectáreas de terreno.
La noticia había llegado a mis oídos hacía algún tiempo, cuando solo era un rumor que recorría las aguas de las islas cercanas, y ahora que en mi viaje había alcanzado la isla en cuestión, me preparaba para asegurarme de que aquello no sucediera.
Primero, coloqué un par de básicas trampas por la zona, esperando que notaran del saboteo y avisaran al verdadero cabecilla. Acto seguido, subí a un árbol cercano para contemplar el espectáculo. Ahora llegaba la parte más difícil, la más dura de toda la misión. Ver a los hombres avanzar al interior del bosque no era difícil, pero era increíblemente duro aguardar la llegada del “pez gordo” al que buscaba echarle el guante, pues aquellas trampas no les impidieron entrar, y paso a paso iban talando varias decenas de árboles, y acabando con algunos animales en el proceso. Contenerme era difícil, pero era imprescindible, al menos hasta que llegara el que era mi objetivo real, y pudiera soltar mi frustración con él...
El sol asomaba de forma tímida tras el horizonte, iluminando mi rostro y calentando mi tez suavemente, mientras me reincorporaba para asomarme a contemplar la belleza de lo que ante mis ojos se dibujaba, de uno de los paisajes más bellos que quien fuera que morara en los cielos había logrado crear.
El mar, el poderoso océano, digno de elogio, merecedor de admiración, respeto y temor. Mi hogar, aquel que guiaba mis pasos, el que forjaba uno a uno los eslabones de mi destino, arrastrándome por las mareas del tiempo y la corriente que era mi vida. La hermosura que aquella escena reflejaba era tal que de mis labios escapó, sin poder yo hacer acto alguno de resistencia, una leve sonrisa, una imperceptible mueca de orgullo y satisfacción, que solo significaba una cosa, una promesa que me llevaba a seguir adelante, a continuar avanzando sin importar las vicisitudes que pudieran aparecer en mi camino.
Tomé una fuerte bocanada de aire, hinchando mi pecho con el fresco aroma del mar, antes de abandonar tan idílico paisaje. Por supuesto, habría continuado gustoso observando la maravillosa creación que ante mis ojos se encontraba, pero otros asuntos merecían mi atención. Una razón me había llevado a aquella isla, una razón importante. En aquella isla estaban cometiendo actos terribles contra los animales… Y no pensaba permitirlo.
Según parecía, un hombre con mucho más dinero que remordimientos, pretendía arrasar el bosque del centro de la isla, por el mero hecho de construir en su emplazamiento una lujosa finca, o mejor dicho una auténtica mansión, para la cual tenía la necesidad de varias hectáreas de terreno.
La noticia había llegado a mis oídos hacía algún tiempo, cuando solo era un rumor que recorría las aguas de las islas cercanas, y ahora que en mi viaje había alcanzado la isla en cuestión, me preparaba para asegurarme de que aquello no sucediera.
Primero, coloqué un par de básicas trampas por la zona, esperando que notaran del saboteo y avisaran al verdadero cabecilla. Acto seguido, subí a un árbol cercano para contemplar el espectáculo. Ahora llegaba la parte más difícil, la más dura de toda la misión. Ver a los hombres avanzar al interior del bosque no era difícil, pero era increíblemente duro aguardar la llegada del “pez gordo” al que buscaba echarle el guante, pues aquellas trampas no les impidieron entrar, y paso a paso iban talando varias decenas de árboles, y acabando con algunos animales en el proceso. Contenerme era difícil, pero era imprescindible, al menos hasta que llegara el que era mi objetivo real, y pudiera soltar mi frustración con él...
Alastair T. Jack
Página 1 de 1.
|
|