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Creado por Shotto Lynx Lun Sep 26, 2016 11:25 am
Esa mañana, un pequeño destacamento marine arribó a las costas de la isla de Micqueot. De lo único que muchos hablaban, a bordo del barco cuya insignia de la Marina en las velas inspiraba confianza a los civiles, era de probar el paradisíaco vino que se producía en el sitio al que íbamos. La verdadera razón de la visita a la isla distaba mucho de complacer el paladar de un montón de soldados. Algunos disturbios fueron reportados recientemente, y el navío en el que me encontraba en esos momentos era el más cercano a la ubicación, por lo que hicimos un cambio de rumbo de última instancia para jornadas extras de patrulla.
Pasado el mediodía, un sol reluciente se elevaba sobre el pueblo. Los transeúntes se encargaban de sus asuntos con toda la normalidad del mundo. Desde el primer paso que di fuera del puerto, habría jurado que cualquier reporte de acontecimientos que perturbaran el orden social en ese sitio estaba infundado. No obstante, era obvio que juzgar por la portada no era correcto. Permanecí alerta, pero no negaré que el producto que salía de los viñedos de Micqueot también llamaba mi atención en sobremanera. Posterior a nuestra primera patrulla, quedé con dos compañeros para ir a un bar local a degustar una copa del afamado elixir.
Me di cuenta, más temprano que tarde, que Micqueot era un hogar para recatadas y encantadoras señoritas.
─ Es usted la damisela de mis sueños, sin duda alguna, nyan ─una de esas señoritas, especialmente hermosa, rubia, bien arreglada y con rostro de porcelana, vendía flores junto al bar al que nos dirigíamos. Desvié mi camino solo para arrodillarme frente a ella, sujetar su mano y declararme públicamente ante ella─ ¿Le gustaría que nuestros hijos fueran concebidos lo antes posible? ─mis dos compañeros marines se apresuraron a sujetarme por debajo de los brazos para arrastrarme lejos de la dama, que tenía una expresión de desconcierto y rubor que la hacían parecer, a mi juicio, aún más hermosa.
─ ¡Maldito gato! Quédate tranquilo unos segundos y deja en paz a esta gente ─comentó uno de mis acompañantes, mientras abría bruscamente las puertas del bar.
El interior del mismo era acogedor, con madera labrada cubriendo las paredes y las mesas, pequeñas y redondas, estaba esparcidas de manera armónica por todo el sitio. Había pocas personas, por lo que el ambiente era tranquilo. Fuimos a sentarnos a la barra y solicitar una copa del mejor vino de Micqueot. Planeábamos gastar una buena parte del salario en aras de tener la experiencia de probar esa delicia.
Pasado el mediodía, un sol reluciente se elevaba sobre el pueblo. Los transeúntes se encargaban de sus asuntos con toda la normalidad del mundo. Desde el primer paso que di fuera del puerto, habría jurado que cualquier reporte de acontecimientos que perturbaran el orden social en ese sitio estaba infundado. No obstante, era obvio que juzgar por la portada no era correcto. Permanecí alerta, pero no negaré que el producto que salía de los viñedos de Micqueot también llamaba mi atención en sobremanera. Posterior a nuestra primera patrulla, quedé con dos compañeros para ir a un bar local a degustar una copa del afamado elixir.
Me di cuenta, más temprano que tarde, que Micqueot era un hogar para recatadas y encantadoras señoritas.
─ Es usted la damisela de mis sueños, sin duda alguna, nyan ─una de esas señoritas, especialmente hermosa, rubia, bien arreglada y con rostro de porcelana, vendía flores junto al bar al que nos dirigíamos. Desvié mi camino solo para arrodillarme frente a ella, sujetar su mano y declararme públicamente ante ella─ ¿Le gustaría que nuestros hijos fueran concebidos lo antes posible? ─mis dos compañeros marines se apresuraron a sujetarme por debajo de los brazos para arrastrarme lejos de la dama, que tenía una expresión de desconcierto y rubor que la hacían parecer, a mi juicio, aún más hermosa.
─ ¡Maldito gato! Quédate tranquilo unos segundos y deja en paz a esta gente ─comentó uno de mis acompañantes, mientras abría bruscamente las puertas del bar.
El interior del mismo era acogedor, con madera labrada cubriendo las paredes y las mesas, pequeñas y redondas, estaba esparcidas de manera armónica por todo el sitio. Había pocas personas, por lo que el ambiente era tranquilo. Fuimos a sentarnos a la barra y solicitar una copa del mejor vino de Micqueot. Planeábamos gastar una buena parte del salario en aras de tener la experiencia de probar esa delicia.
Shotto Lynx
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