La parte Oeste de Ohara estaba mayormente cubierta por las ruinas de la antigua zona portuaria de la isla. Lo que antiguamente había sido un puerto animado y muy concurrido en el que decenas de barcos iban y venían a lo largo del día era ya poco más que un tétrico y ruinoso vestigio de lo que la Buster Call había hecho en aquella isla. Apenas ningún edificio se mantenía en pie y la vegetación no había tardado ni un sólo instante en recuperar el espacio que el ser humano y la civilización le habían arrebatado. Los árboles habían empezado a crecer en el interior de los edificios o en las calles, alzando el desgastado pavimento. Por su parte las enredaderas ya habían tomado por completo las pocas paredes que seguían de pie. En el agua, los mástiles de algunos barcos hundidos todavía sobresalían por encima de la superficie, rogando una ayuda o un salvador que nunca llegaría.

Cuando las órdenes llegaron por Den-Den Mushi, el revolucionario escondido en el interior de uno de los edificios en ruinas colocó el pequeño mortero en el suelo y disparó el proyectil de polvo metálico, que estalló en el aire. Con aquel movimiento iban a conseguir cortar todas las posibles comunicaciones por caracol que hubiera en la isla. Ellos incluidos. Pero ellos estaba separados y cada cual era consciente de que debía arreglarse sus propios problemas sin ayuda de nadie. Así mismo el joven era consciente de que aquel disparo también había delatado su posición a los grupos de Marines que estuvieran más cerca. Simplemente tenía que encargarse de que aquellos que le encontraran se marcharan por las buenas o por las malas. Sin perder un sólo instante, tomó su bastón y salió del ruinoso edificio en el que estaba, dejando el mortero en su interior para buscar el árbol más cercano al que se subió sin problemas. La altura le daba cierta visión de la zona, lo que le permitió tener contacto visual con dos individuos, una mujer y un hombre que estaban apenas a dos calles del revolucionario. - ¡Bingo! - gritó con tanta fuerza que seguramente fue oído por los dos marines, a los que se acercó tras saltar del árbol. El joven apareció a unos 15 metros de los marines, que seguramente le verían enseguida por lo extraño de su atuendo.

Su intención estaba en lo cierto, aquella parejita feliz eran parte de los marines que Silver Moon había detectado cuando habían amarrado en la isla. Según parecía indicar el estruendo que provenía de la zona dónde el enorme pacifista luchaba, los subordinados del Gobierno Mundial habían decidido separarse para salir en búsqueda de Niko y su compañía, que a su vez también se habían separado para intentar hacer funcionar su plan que les permitiría salir airosos del apuro en el que se habían metido ya desde el mismo momento en el que se habían visto obligados a tener que refugiarse en Ohara, esperando que la Armada Revolucionaria acudiera en su auxilio. La armada rival había llegado antes y ahora su única opción era luchar para sobrevivir lo suficiente para que llegaran los refuerzos.

Niko rió cuando el jovenzuelo le dio la opción de elegir el modo en el que lo arrestarían. - Elijo por las buenas. - mencionó, esbozando una sonrisa sarcástica. - Venid y prendedme, oh poderosos defensores de la Justicia. - el joven no podía evitar soltar alguna que otra risita ahogada a medida que hincaba la rodilla en el suelo y colocaba un brazo sobre esta mientras con la otra se ajustaba las gafas que le tapaban el rostro y se subía el cuello de su camisa para que le tapara perfectamente la boca y la nariz. Sin embargo, no había hecho ningún ademán de tocar el bastón bo metálico que portaba a la espalda. ¿Podría ser que estuviera rindiéndose de verdad? Sus palabras y acciones podrían parecerlo, pero la realidad distaba mucho de la apariencia. El antiguo ladrón tenía una gran diferencia respecto al resto de sus compañeros y es que él no había sido ni nunca sería un guerrero. Sus habilidades nunca habían estado enfocadas a la lucha. Lo suyo siempre había sido el arte del engaño, las trampas y las artimañas. Él siempre ganaba porque jugaba un paso por delante de sus rivales. Por eso en su mano que tenía situada sobre la rodilla escondía un pequeño regalo que seguro que los dos marines disfrutarían una vez estuvieran lo suficientemente cerca.

El joven de cabellos azules, que se había mostrado cómo el más activo del dúo fue quien tomó la iniciativa en su supuesto "arresto". La maniobra del revolucionario había tomado por sorpresa a sus enemigos, cómo era de esperar. Nadie en su sano juicio hubiera podido esperarse que aquel individuo se dejaría capturar sin ofrecer la más mínima resistencia. Seguramente por eso el marine actuaba de forma tan errática. En su cabeza jamás se había planteado semejante situación y ahora que la tenía delante parecía dudar sobre lo que hacer. Tras unas trabadas palabras, este empezó a recorrer lentamente la distancia que los separaba con la aparente intención de esposarle. Lo que no sabía es que simplemente estaba cayendo en la perfectamente elaborada triquiñuela de su rival quien, obviamente, no tenía la más mínima intención de dejarse arrestar tan fácilmente.

Una vez el joven estuvo a unos dos metros del ladrón, este esbozó una sonrisa y alzó la mirada para fijar sus ojos en los del peliazul. Acto seguido, abrió su mano derecha, revelando su primer truco de aquella función. Se trataba de una serie de pequeñas esferas que el revolucionaria lanzó al vuelo, esparciéndolas en el aire hasta que la gravedad las llevó de vuelta al suelo dónde explotaron, liberando una densa nube de humo negro que en cuestión de segundos cubrió por completo una zona de 50 metros a la redonda. Se trataba de un humo negruzco, bastante denso y que dificultaba enormemente la visión de aquel que entraba en su interior así cómo también hacía sumamente molesto el tener los ojos abiertos en su interior o, simplemente, respirar. Era por eso que el lanzador de aquellos proyectiles se había colocado sus gafas de protección y se había tapado las fosas respiratorias, para evitar los efectos del humo. Además, la falta de visibilidad no suponía un problema para él. No sólo gozaba de un oído bien entrenado, sino del poder del Haki, que le permitía detectar la presencia de individuos que estuvieran situados lo suficientemente cerca. En aquellos momentos el único que estaba en ese radio de acción era el joven de pelo azul que lanzó un puñetazo al aire. Niko ya no estaba arrodillado, no había perdido un sólo segundo, levantándose y buscando el costado derecho de su enemigo, desde dónde se disponía a propinarle un poderoso bastonazo con bastón bo metálico utilizando la ventaja de rango que le otorgaba la larga arma contundente.

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El bastonazo fue efectivo, golpeando directamente en el costado del Marine, que reaccionó con mucha furia, cierto, pero con ecuánime lentitud. Su grito descontrolado ya fue una advertencia de que llegaría una contraofensiva y así fue, Niko pudo sentir un fuerte sentimiento de rabia y furia a medida que el sonido metálico de cadenas se hacía perfectamente audible. Su golpe fue poderoso y pesado, fuera lo que fuera que había lanzado, había sido capaz de agrietar el suelo. Pero también había sido sumamente lento, seguramente el joven manejara un arma que estaba todavía por encima de sus posibilidades. El ladrón no había tenido el más mínimo problema en esquivar el golpe, más bien lo contrario, aprovechando su innata agilidad y velocidad, se había movido hacia la dirección opuesta, el costado izquierdo. Pero esta vez no se lanzó al ataque cómo en la anterior ocasión. Ahora eran dos presencias las que estaban allí. No podía diferenciarlas, pero estaba casi seguro de que se trataba de la otra marine, la espadachina rubia que se había quedado atrás cuando su compañero se había acercado a arrestarle.

Su movimiento era inteligente, muy propio de los combatientes habituados a luchar en dúo. En un duelo justo, aquella táctica les hubiera sido sumamente útil. Pero no era el caso. Niko no era un oponente común, ni tampoco aquel era un combate estándar. Quizás esos dos se hubieran sentido más cómodos peleando contra alguien más similar a Saori o a Rei, aunque lo más seguro es que la primera les hubiera destrozado y la segunda hubiera aparecido junto a Silver, algo todavía peor. Niko era el raro de grupo. Lo suyo no eran los combates épicos a pecho descubierto, ya había quedado bastante claro. Por eso, casi seguro que nadie se sorprendería al ver cómo en lugar de lanzarse al ataque, se colocaba a una distancia segura de unos cinco metros y lanzaba, haciendo rodar por el suelo, una pequeña bola en dirección a la posición de esos dos. En esta ocasión, la pequeña esfera era blanca y su explosión, bastante sonora, liberaba un gas blanquecino que provocaba que los afectados estallaran en risotadas siempre y cuando estuvieran respirando el gas.

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