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Creado por Jonathan Wayland Sáb Dic 26, 2015 5:02 pm
Recuerdo del primer mensaje :
Micqueot, isla del buen vino y de hermosas mujeres. Destino por excelencia de solteros, pervertidos, solteros pervertidos y cualquier tipo de ser masculino que tuviera como presa a las señoritas de aquel lugar. Irónicamente, también era el destino de muchas parejas, recién iniciadas o veteranas, que simplemente deseaban pasar unas buenas vacaciones, luna de miel, o simplemente conocer el lugar… Y entre todos ellos, un ser angelical que no encajaba en ninguno de los grupos anteriores se encontraba, absorto en sus pensamientos, observando a todos, viéndolos ir y venir entre la multitud.
Jonathan Wayland se encontraba disfrutando de una inusual tranquilidad y paz luego de haber terminado una misión sin mucha dificultad, por lo que tenía tiempo para descansar y, porque no, conocer un poco de la rumoreada isla con gran renombre por su sin fin de bebidas alcohólicas, siendo su fuerte el vino. –No sé en qué rayos estaba pensando.- Meneó su cabeza de lado a lado, en lo que su espalda se recargaba contra la espalda del asiento que ocupaba. Su brazo derecho se extendió unos escasos centímetros para tomar la copa que descansaba en la mesa frente a él. Un líquido transparente llenaba el interior de la misma. –No soy bueno con el alcohol.- Efectivamente, el muchacho de rubios cabellos se encontraba tomando agua en la isla especializada en vinos.
Posó la copa, vacía, sobre la mesa, dedicándoles prolongadas miradas a las parejitas enamoradas que pasaban por delante de la mesa que ocupaba en las afueras de un bar muy concurrido. En el fondo se preguntaba si algún podría estar así, acurrucado y abrazado junto a una mujer. –Podría empezar por superar mi problema con el sexo femenino.- Suspiró, resignado, esperando que algo o alguien alegrara su noche.
Micqueot, isla del buen vino y de hermosas mujeres. Destino por excelencia de solteros, pervertidos, solteros pervertidos y cualquier tipo de ser masculino que tuviera como presa a las señoritas de aquel lugar. Irónicamente, también era el destino de muchas parejas, recién iniciadas o veteranas, que simplemente deseaban pasar unas buenas vacaciones, luna de miel, o simplemente conocer el lugar… Y entre todos ellos, un ser angelical que no encajaba en ninguno de los grupos anteriores se encontraba, absorto en sus pensamientos, observando a todos, viéndolos ir y venir entre la multitud.
Jonathan Wayland se encontraba disfrutando de una inusual tranquilidad y paz luego de haber terminado una misión sin mucha dificultad, por lo que tenía tiempo para descansar y, porque no, conocer un poco de la rumoreada isla con gran renombre por su sin fin de bebidas alcohólicas, siendo su fuerte el vino. –No sé en qué rayos estaba pensando.- Meneó su cabeza de lado a lado, en lo que su espalda se recargaba contra la espalda del asiento que ocupaba. Su brazo derecho se extendió unos escasos centímetros para tomar la copa que descansaba en la mesa frente a él. Un líquido transparente llenaba el interior de la misma. –No soy bueno con el alcohol.- Efectivamente, el muchacho de rubios cabellos se encontraba tomando agua en la isla especializada en vinos.
Posó la copa, vacía, sobre la mesa, dedicándoles prolongadas miradas a las parejitas enamoradas que pasaban por delante de la mesa que ocupaba en las afueras de un bar muy concurrido. En el fondo se preguntaba si algún podría estar así, acurrucado y abrazado junto a una mujer. –Podría empezar por superar mi problema con el sexo femenino.- Suspiró, resignado, esperando que algo o alguien alegrara su noche.
Jonathan Wayland
Hoja de personaje
Nivel:
(25/100)
Haki:
Haki | Kenbun | Busou | Haou | Nivel | 2 |
Creado por Jonathan Wayland Vie Mar 04, 2016 9:49 pm
No esperaba la acción que tomaría el androide al entrar a aquel lugar, tomándole de la mano para arrastrarlo cual novia enamorada dentro, en lo que maldecía por lo bajo por no haber previsto esa situación. ¿Por qué no había mando al androide solo para terminar con esa misión, mientras él se iba a buscar al otro sujeto? En ese momento, lo único que deseaba era que la máquina que tenía como compañero fuese apagada totalmente, para luego ser desmembrada y enviada a algún chatarrero. Eso le daría mucha paz al joven de rubios cabellos.
Una vez dentro, siguió en silencio al pacifista, dando largos y temblorosos pasos detrás de quien guiaba el camino. ¿Por qué estaba nervioso? Por la presencia de hermosas mujeres, todas de más o menos la misma edad, que le dedicaban coquetas miradas y lujuriosos comentarios por lo bajo, aunque lo suficientemente bajo para poder escucharlo y avergonzarse por ello. Cada palabra que le dedicaban solo aumentaba el remordimiento del joven acerca de su incapacidad de hablar con mujeres, pero más importante, por tener el compañero cibernético que ahora mismo parecía conocer ese lugar como la palma de sus frías e inhumanas manos. Aunque, siendo francamente sinceros, no es como si Jonathan hubiese tenido el valor suficiente para hablar con las bellas señoritas del lugar. Es más, nunca habría soñado con asistir a un lugar de tal índole.
No tardaron ni minutos en llegar donde un guardia ejercía de su profesión frente a una puerta que, de no ser por la presencia del mismo, uno pensaría que no era más que un cuarto donde se guardarían los utensilios de limpieza. Haciéndose a un lado, le permitió a los dos revolucionarios adentrarse en su interior, donde esperaba un nuevo sujeto que, al igual que el anterior, se notó desprevenido por la clave, o quizá por la apariencia de quien la había pronunciado. –Sí que sabes dejar poderosas impresiones en las personas.- Comentó con cierta burla el ángel, ignorando totalmente el comentario y la voz de la que había hecho gala nuevamente su compañero. Para ese entonces, ya mucho no le importaba los comentarios o la voz que empleaba. Solo le importaba terminar con eso e irse lo más rápido posible.
Tras haber descendido por las escaleras indicadas, un cuarto lleno de diversas estanterías con libros de toda índole adornado los mismos. En el centro del lugar, dos largos sofás, como para tres personas, se encontraban frente a frente. A su vez, entre estos sofás se encontraba una mesa ratona con superficie de vidrio, con varios libros encima de esta. La luz de aquel lugar era proveída por diversas velas ubicadas estratégicamente a lo largo y ancho del lugar.
Al cabo de unos momentos, una bella mujer de tez morena, largo cabello azabache y ojos esmeraldas como los del Skypean se hizo presente, ubicándose en el sofá enfrente al que Jonathan ocupaba. Su presencia fue breve, pues se vio interrumpida dos veces consecutivas por su compañero, ante lo que únicamente dejó un par de bolsas pequeñas y un fajo de dinero, los cuales Jonathan tomó y guardó en su largo y oscuro abrigo. –Ya que debemos quedarnos juntos…- El joven se puso de pie una vez que la anfitriona se retiró, con uno de los libros en sus manos. –Y en vista de que soy tu superior, te daré la orden de que te quedes sentado en ese sofá hasta que debamos irnos.- Una diminuta sonrisa se formó en el muchacho de ojos verdes, mientras ojeaba el libro en sus manos, tratándose de un registro de actividades que, para su sorpresa, eran muy poco lícitas. Con cierto desgano arrojó el libro sobre el sofá y se recostó contra una de las paredes, esperando que finalmente llegue el momento de partir, tratando de recordar el camino más rápido hacía su próximo destino. Poder adelantarse a los eventos venideros le permitiría trazar una ruta de escape para poder, con algo de suerte, no cruzarse nunca más con el robot.
Una vez dentro, siguió en silencio al pacifista, dando largos y temblorosos pasos detrás de quien guiaba el camino. ¿Por qué estaba nervioso? Por la presencia de hermosas mujeres, todas de más o menos la misma edad, que le dedicaban coquetas miradas y lujuriosos comentarios por lo bajo, aunque lo suficientemente bajo para poder escucharlo y avergonzarse por ello. Cada palabra que le dedicaban solo aumentaba el remordimiento del joven acerca de su incapacidad de hablar con mujeres, pero más importante, por tener el compañero cibernético que ahora mismo parecía conocer ese lugar como la palma de sus frías e inhumanas manos. Aunque, siendo francamente sinceros, no es como si Jonathan hubiese tenido el valor suficiente para hablar con las bellas señoritas del lugar. Es más, nunca habría soñado con asistir a un lugar de tal índole.
No tardaron ni minutos en llegar donde un guardia ejercía de su profesión frente a una puerta que, de no ser por la presencia del mismo, uno pensaría que no era más que un cuarto donde se guardarían los utensilios de limpieza. Haciéndose a un lado, le permitió a los dos revolucionarios adentrarse en su interior, donde esperaba un nuevo sujeto que, al igual que el anterior, se notó desprevenido por la clave, o quizá por la apariencia de quien la había pronunciado. –Sí que sabes dejar poderosas impresiones en las personas.- Comentó con cierta burla el ángel, ignorando totalmente el comentario y la voz de la que había hecho gala nuevamente su compañero. Para ese entonces, ya mucho no le importaba los comentarios o la voz que empleaba. Solo le importaba terminar con eso e irse lo más rápido posible.
Tras haber descendido por las escaleras indicadas, un cuarto lleno de diversas estanterías con libros de toda índole adornado los mismos. En el centro del lugar, dos largos sofás, como para tres personas, se encontraban frente a frente. A su vez, entre estos sofás se encontraba una mesa ratona con superficie de vidrio, con varios libros encima de esta. La luz de aquel lugar era proveída por diversas velas ubicadas estratégicamente a lo largo y ancho del lugar.
Al cabo de unos momentos, una bella mujer de tez morena, largo cabello azabache y ojos esmeraldas como los del Skypean se hizo presente, ubicándose en el sofá enfrente al que Jonathan ocupaba. Su presencia fue breve, pues se vio interrumpida dos veces consecutivas por su compañero, ante lo que únicamente dejó un par de bolsas pequeñas y un fajo de dinero, los cuales Jonathan tomó y guardó en su largo y oscuro abrigo. –Ya que debemos quedarnos juntos…- El joven se puso de pie una vez que la anfitriona se retiró, con uno de los libros en sus manos. –Y en vista de que soy tu superior, te daré la orden de que te quedes sentado en ese sofá hasta que debamos irnos.- Una diminuta sonrisa se formó en el muchacho de ojos verdes, mientras ojeaba el libro en sus manos, tratándose de un registro de actividades que, para su sorpresa, eran muy poco lícitas. Con cierto desgano arrojó el libro sobre el sofá y se recostó contra una de las paredes, esperando que finalmente llegue el momento de partir, tratando de recordar el camino más rápido hacía su próximo destino. Poder adelantarse a los eventos venideros le permitiría trazar una ruta de escape para poder, con algo de suerte, no cruzarse nunca más con el robot.
Jonathan Wayland
Hoja de personaje
Nivel:
(25/100)
Haki:
Haki | Kenbun | Busou | Haou | Nivel | 2 |
Creado por TR-3.5H Miér Mar 09, 2016 11:06 pm
El Skypiean no estaba reaccionando de forma tan divertida como antes ante los juegos hechos por el pacifista, lo cual realmente era aburrido, de que servía hacer bromas si nadie va a reaccionar a ellas, al menos había demostrado tener la capacidad de adaptarse a las peculiares aficiones de su escolta lo suficiente como para que esté no se tomara a mal la falta de gestos por parte del ser viviente que pertenecía a la armada revolucionaria por su propia voluntad supuestamente.
Hasta que la mujer que estaba a cargo del intercambio allí realizado se retiró del cuarto parecía ser que iría todo perfectamente y sin ninguna clase de inconvenientes, hasta que el joven de dorada cabellera abrió su boca para darle una orden simple, una orden poco problemática, una orden que para el pacifista no debía de representar ninguna clase de desafío, inconveniente ni nada por el estilo, sin embargo, a pesar de ser su superior para aquella misión y el objetivo al cual debía de escoltar, le había dado una orden a aquella aberración antinatural de violenta naturaleza.
Por un instante parecía que el pacifista había dejado de funcionar, hasta que la voz espectral volvió a fluir con tosquedad-Tu...me has dado una orden... Como si el sofá tuviera alguna clase de poderoso imán, el metálico ser se sentó firme en el mientras que sus ojos hasta ahora apagados empezaban a brillar con un evidente brillo de un rojo acorde a los cuernos del pacifista.
Tras aquella pausa, tras aquel razonamiento de lo que había ocurrido la voz de ultratumba del pacifista regreso a su habitual fluidez interrumpida solamente por las pausas dramáticas que el deseara generar -Esa sonrisita tuya se ve realmente hermosa... sí, es muy hermosa, definitivamente si fueras una chica me encantaría jugar por mucho tiempo contigo... si mucho tiempo...- Aquellas palabras cargaban consigo un significado bastante lúgubre que sin lugar a dudas el skypiean podría descifrar si en aquella carta le habían comunicado aunque fuera un poco sobre el proceso de creación del pacifista.
La temperatura dentro de la habitación comenzó a elevarse al alarmante ritmo de que hubieran encendido dos o tres salamandras para calentar el lugar con rapidez, dado que necesitaría mantener aquellas ropas que cubrían la mayor parte su cuerpo evitando que lo identificaran tan fácilmente se había abstenido de elevar la potencia de sus calderas en un grado que pudiera dañar las telas. -Disculpa lo de antes… Ya que de todas formas estaremos aquí algún tiempo ¿Por qué te uniste a la armada Jonathan Wayland?.- Era una pregunta cordial, incluso parecía indicar que el pacifista se había recuperado del shock producido por la orden recibida, hasta podría interpretar su disculpa como algo “creible”.
Desde que había recibido aquella orden, el ser de maligna apariencia autodenominado como TR-3.5H no había vuelto a jugar con su modulador de voz, simplemente había dejado la que consideraba era "su propia voz", aquella voz que parecía nacer de las profundidades distante y que encajaba mejor con el resto de su apariencia, probablemente si tuviera alguna expresión facial estaría peleando para ocultar un ceño fruncido que jamás se dibujaría en aquel rostro eternamente diabólico que poseía en aquellos momentos, casi ninguno de los hombres cuya mente había sido utilizada para crear al pacifista tenían fama de tomarse muy bien las ordenes.
Hasta que la mujer que estaba a cargo del intercambio allí realizado se retiró del cuarto parecía ser que iría todo perfectamente y sin ninguna clase de inconvenientes, hasta que el joven de dorada cabellera abrió su boca para darle una orden simple, una orden poco problemática, una orden que para el pacifista no debía de representar ninguna clase de desafío, inconveniente ni nada por el estilo, sin embargo, a pesar de ser su superior para aquella misión y el objetivo al cual debía de escoltar, le había dado una orden a aquella aberración antinatural de violenta naturaleza.
Por un instante parecía que el pacifista había dejado de funcionar, hasta que la voz espectral volvió a fluir con tosquedad-Tu...me has dado una orden... Como si el sofá tuviera alguna clase de poderoso imán, el metálico ser se sentó firme en el mientras que sus ojos hasta ahora apagados empezaban a brillar con un evidente brillo de un rojo acorde a los cuernos del pacifista.
Tras aquella pausa, tras aquel razonamiento de lo que había ocurrido la voz de ultratumba del pacifista regreso a su habitual fluidez interrumpida solamente por las pausas dramáticas que el deseara generar -Esa sonrisita tuya se ve realmente hermosa... sí, es muy hermosa, definitivamente si fueras una chica me encantaría jugar por mucho tiempo contigo... si mucho tiempo...- Aquellas palabras cargaban consigo un significado bastante lúgubre que sin lugar a dudas el skypiean podría descifrar si en aquella carta le habían comunicado aunque fuera un poco sobre el proceso de creación del pacifista.
La temperatura dentro de la habitación comenzó a elevarse al alarmante ritmo de que hubieran encendido dos o tres salamandras para calentar el lugar con rapidez, dado que necesitaría mantener aquellas ropas que cubrían la mayor parte su cuerpo evitando que lo identificaran tan fácilmente se había abstenido de elevar la potencia de sus calderas en un grado que pudiera dañar las telas. -Disculpa lo de antes… Ya que de todas formas estaremos aquí algún tiempo ¿Por qué te uniste a la armada Jonathan Wayland?.- Era una pregunta cordial, incluso parecía indicar que el pacifista se había recuperado del shock producido por la orden recibida, hasta podría interpretar su disculpa como algo “creible”.
Desde que había recibido aquella orden, el ser de maligna apariencia autodenominado como TR-3.5H no había vuelto a jugar con su modulador de voz, simplemente había dejado la que consideraba era "su propia voz", aquella voz que parecía nacer de las profundidades distante y que encajaba mejor con el resto de su apariencia, probablemente si tuviera alguna expresión facial estaría peleando para ocultar un ceño fruncido que jamás se dibujaría en aquel rostro eternamente diabólico que poseía en aquellos momentos, casi ninguno de los hombres cuya mente había sido utilizada para crear al pacifista tenían fama de tomarse muy bien las ordenes.
TR-3.5H
Hoja de personaje
Nivel:
(25/100)
Haki:
Haki | Kenbun | Busou | Haou | Nivel |
Creado por Jonathan Wayland Vie Mar 11, 2016 10:10 am
Aún recordaba la advertencia de la carta que TR-3.5H le había entregado, donde le advertían a Jonathan acerca de no hacer callar al robot de lúgubre apariencia y extraño, hasta morboso, sentido del humor. Tomando eso en cuenta, aguantó lo suficiente como para evitar hacerlo apagarse cada vez que cambiaba de voz y lo molestaba. Sin embargo, luego de darle la simple orden de quedarse sentado, algo en su interior le decía, a gritos y llantos, que había cometido un gran error. Si darle una orden a ese pacifista era el peor de los pecados, entonces el skypean se había convertido en el más grande los pecadores. Aun viéndolo obedecer la orden, la sensación de malestar y de encierro continuaba, insistente, en su cuerpo. Sentía como si se sofocara en aquel lugar…
Como si se tratara de un gran tornado que se llevara todo a su paso, las palabras del mecánico revolucionario disiparon sus pensamientos e incertidumbres, aunque generando nuevos. Muy poco le duró la sonrisa al joven de tez pálida al escuchar el comentario ajeno sobre la misma, cambiándola por un semblante serio y un ceño fruncido. –Lamentablemente no serías de mi tipo.- Respondió a secas, dirigiéndose a uno de los estantes repleto de libros. Un buen libro lograría sacarlo de ese lugar, aunque no sea físicamente hablando.
No tardó mucho en sentir como su cuerpo comenzaba a sudar de forma sospechosa y alarmante. Aquella sensación de sofocamiento había vuelto, pero esta vez era una sensación física, pues sentía un calor externo que trataba de consumirlo. –Llamas… del infierno.- Dejó caer el libro al suelo sin siquiera notarlo, cuando se dio vuelta en dirección al origen de aquel calor infernal. Para ese momento ya había removido la espada que a un lado de su cintura descansaba y la apuntaba al bulto de metal que se encontraba sentado, tal cual se le había ordenado, en el sofá. La apariencia demoniaca de este se dio a relucir a un más por el misterioso brillo de sus ojos, lo que le permitía ver al skypean mejor el rostro de su acompañante. –Realmente… Es un demonio- No podía encontrar palabras para expresar el sentimiento de temor y rechazo que surgía de lo más profundo de su ser. Su garganta, casi seca, tampoco podía emitir sonido alguno y sus manos, temblorosas, apenas podían mantener firme la espada frente a él.
-¡Ya, detente!- Exclamó casi en una súplica, en lo que volteaba su espada y la clavaba con fuerza en el piso de madera sobre el que estaba parado. Con perfección, la hoja del arma se incrustó en el suelo, en lo que su empuñadura apuntaba de forma recta hacía el techo. Sobre la misma descansaban las manos del rubio quien, con su cabeza entre sus brazos, observaba el suelo, aunque sin prestarle atención al mismo. En cambio, simplemente veía como las gotas de sudor caían de sus mechones de cabello y se perdían en la oscuridad bajo él.
-Nos vamos.- Dijo tras unos segundos de absoluto silencio. Su respiración se había normalizado, aunque su enojo seguía allí, detrás de aquellos orbes verdes que poseía. No podía evitar sentir rechazo ante la presencia junto a él, solo quería correr y alejarse. Justo como el personaje de uno de sus libros de caballeros, colocó ambas manos en la empuñadura del arma de filo que se encontraba clavada y la removió sin mucho esfuerzo. Acto seguido, se dirigió a las escaleras por las que habían descendido, sin siquiera dedicarle una mirada al autómata tras él. –Es una orden.-
~
Como si se tratara de un gran tornado que se llevara todo a su paso, las palabras del mecánico revolucionario disiparon sus pensamientos e incertidumbres, aunque generando nuevos. Muy poco le duró la sonrisa al joven de tez pálida al escuchar el comentario ajeno sobre la misma, cambiándola por un semblante serio y un ceño fruncido. –Lamentablemente no serías de mi tipo.- Respondió a secas, dirigiéndose a uno de los estantes repleto de libros. Un buen libro lograría sacarlo de ese lugar, aunque no sea físicamente hablando.
No tardó mucho en sentir como su cuerpo comenzaba a sudar de forma sospechosa y alarmante. Aquella sensación de sofocamiento había vuelto, pero esta vez era una sensación física, pues sentía un calor externo que trataba de consumirlo. –Llamas… del infierno.- Dejó caer el libro al suelo sin siquiera notarlo, cuando se dio vuelta en dirección al origen de aquel calor infernal. Para ese momento ya había removido la espada que a un lado de su cintura descansaba y la apuntaba al bulto de metal que se encontraba sentado, tal cual se le había ordenado, en el sofá. La apariencia demoniaca de este se dio a relucir a un más por el misterioso brillo de sus ojos, lo que le permitía ver al skypean mejor el rostro de su acompañante. –Realmente… Es un demonio- No podía encontrar palabras para expresar el sentimiento de temor y rechazo que surgía de lo más profundo de su ser. Su garganta, casi seca, tampoco podía emitir sonido alguno y sus manos, temblorosas, apenas podían mantener firme la espada frente a él.
-¡Ya, detente!- Exclamó casi en una súplica, en lo que volteaba su espada y la clavaba con fuerza en el piso de madera sobre el que estaba parado. Con perfección, la hoja del arma se incrustó en el suelo, en lo que su empuñadura apuntaba de forma recta hacía el techo. Sobre la misma descansaban las manos del rubio quien, con su cabeza entre sus brazos, observaba el suelo, aunque sin prestarle atención al mismo. En cambio, simplemente veía como las gotas de sudor caían de sus mechones de cabello y se perdían en la oscuridad bajo él.
-Nos vamos.- Dijo tras unos segundos de absoluto silencio. Su respiración se había normalizado, aunque su enojo seguía allí, detrás de aquellos orbes verdes que poseía. No podía evitar sentir rechazo ante la presencia junto a él, solo quería correr y alejarse. Justo como el personaje de uno de sus libros de caballeros, colocó ambas manos en la empuñadura del arma de filo que se encontraba clavada y la removió sin mucho esfuerzo. Acto seguido, se dirigió a las escaleras por las que habían descendido, sin siquiera dedicarle una mirada al autómata tras él. –Es una orden.-
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